Me he leído la novela en una tarde. Es corta, de todos modos, y se lee muy ágilmente, a pesar de que no hay acción trepidante en ella.
Tal como se menciona en varios lugares, es una novela que está en la onda de
Un mundo feliz. Así, la autora se centra absolutamente en la historia de Mia, la protagonista, y a través de sus experiencias y de sus pensamientos, llegamos a descubrir cómo es el mundo en el que vive.
Me ha gustado mucho el personaje principal, es una heroína clásica que descubre el dolor a raíz de la muerte de su hermano. Es a partir de ese dolor que ella descubre que todo su mundo de valores se ha trastocado, todo lo que creía bueno se vuelve en contra, y empieza a plantearse preguntas.
Y sin embargo, no pensemos que porque no hay acción ni naves espaciales por doquier, no es futurista, ni aburrida. ¡Da miedo! Algunos pasajes, sobre todo hacia el desenlace, nos demuestran con absoluta claridad que la humanidad no cambia, sólo cambia de ropajes. El mundo puede parecernos un lugar más o menos civilizado, pero cuando se amenaza el estatus quo que se considera perfecto, el hombre siempre se creerá en su derecho para hacer lo que sea para defenderse… será cruel e inclemente.
La novela plantea temas candentes y cercanos, como la dicotomía entre el bien común y la justicia, la posición preeminente de los medios de comunicación. Y sobre todo, es un alegato a favor de la dignidad personal y en contra del miedo. Al igual que en otra novela que he leído hace poco (Génesis, de Bernard Becket), en esta aparece también la idea de que el miedo que nos imbuye la sociedad actual nos hace vulnerables al control. Y cuando una sociedad considera que la seguridad es más importante que la libertad, entonces las personas han perdido su capacidad de actuar como individuos, y en definitiva, han perdido el sentido de la vida.